Simbolismo y vanguardia en la obra de Max Aub

Breve ensayo sobre la Geografía

Max Aub es sin duda un autor difícil de ceñir: un hombre siempre contingente entre varias culturas, varias artes, varias corrientes, y varios géneros. Un buen ejemplo de esta multiplicidad jugada a varios niveles es una de sus obras de juventud o incluso de niñez, Geografía.

La Geografía fue escrita en 1925. En aquel momento, Aub ya llevaba más de una década en España, donde había tenido ocasión de imbuirse en las tertulias locales, a la par que se mantenía al corriente de lo que sucediera en el mundo de las letras galas. Fue la Revista de Occidente la que publicó unos primeros pasajes en 1927, dos años antes de que se ofreciera una versión más completa, aunque aún truncada por algún descuido, en otras revistas y cuadernos. La primera edición completa no aparecería hasta 1964, ya en el exilio mexicano.

La lectura de la novela no deja de sorprender. Aun siendo de carácter abiertamente experimental, apela al lector de una manera directa, y lo llega a involucrar a unos niveles que vuelven a alejar la obra de las vanguardias, que anunciaron aquella máxima de l’art pour l’art. El lector no le es indiferente al autor, ya que éste es muy consciente de que los nombres requieren una voz que las dote de la voluptuosidad que rebozan. El texto está escrito en una prosa que no reniega de su poeticidad: rezuma ritmo, rima y colores. Hay una clara ambición estética que apela al receptor, y que quiere ser percibida.

El autor trabaja con las posibilidades que le ofrecen los nombres de lugares alejados, incluso inalcanzables. A golpe de palabra se evocan visiones, olores, sabores e incluso historias. La evocación es un recurso recurrente y constituye un elemento que acerca al texto a la tradición simbolista francesa, iniciada por Baudelaire. La diferencia con el poeta francés reside probablemente en el carácter lúdico con el que Aub reviste a su obra. La mujer y él se pusieron a jugar: decía ella un nombre recóndito y él lo tenía que buscar. De repente el lector se ve reflejado, tratando de descifrar aquellos nombres extraños, de seguir las rutas que los dos van trazando, una y otra vez, sobre un Atlas que van llenando de contenido semántico.

Poco a poco se va tejiendo un entramado de evocaciones, nombres y lugares, que van adquiriendo una cierta autonomía. Ya a un nivel superficial hace uso de una serie de recursos que acentúan la desfamiliarización y hacen de la lectura una labor de recomposición. Retazos de diferentes momentos, contados desde perspectivas distintas, se van uniendo paulatinamente hasta conformar un todo, casi imitando la técnica cubista, pero a la inversa. No es el narrador quien arroja sus diversas miradas sobre los personajes para ofrecernos su visión, sino que son ellos los que observan el mundo que les rodea, su mundo interior, quienes –igual que el lector– tratan de juntar las piezas. La confusión llega a tal nivel, que a veces es difícil distinguir las personas. No siempre sabemos con certeza quién es él. Tan solo Hipólito llega a ser nombrado de manera explícita, e incluso en este caso no podemos estar seguros de que se trate de algo más que un nombre cargado de simbolismo. Los demás personajes son llamados el marinero, o, simplemente, ella.

El texto está lleno de metáforas, hipálages y descripciones de sueños o episodios oníricos, como aquel en que él se pasea con su pesadumbre más pesada por la Ciudad. ¿Qué Ciudad? El marinero desea que él, Hipólito, mantenga una amistad cordial con la madre. En este relato los nombres son delatores. Hipólito mantiene vivas conversaciones, o como mínimo, intercambios, con ella. El marinero en cambio no tiene nada que contarle. Él no ve más allá de los puertos, que en todas partes tienen el mismo aspecto. Él no ve los colores, no habla los idiomas, no saborea los gustos. Él no conversa, tan solo envía cartas que bien podrían ser anotaciones de un cuaderno de bitácora llevado a desgana. Para él, el mundo es redondo y no tiene nada de particular.

Desde la ciudad los personajes proyectan sus anhelos hacia la inmensidad de lo desconocido, y se dedican a llenarlo de significado. Es una operación semántica que le queda vetada a quien ya surcó esos mares, una operación que relativiza lo cercano y lo lejano, lo conocido y lo desconocido. Pero no solo el espacio es relativizado, sino también el tiempo, cuando amanece el lunes que era domingo por equivocación. No percibimos su paso y, al igual que sucede con el espacio, no se le dan escalas al lector para medir las distancias. A lo sumo, se nos ofrece una rosa de los vientos recién cortada.

Los dos personajes, Hipólito y su madre, se van acercando cada vez más y parecen en sus roces, con sus tracciones, sumidos en el movimiento de dos viajeros inmóviles. Después del estudio, del establecimiento de la geografía, la geología comienza a desvelar los desnudos. Ella reacciona tapándose la boca al darse cuenta, y al lector se le vuelve a inducir el sueño, en el que el narrador se le dirige directamente: Decidme si era a su marido el Capitán o a su hijastro el marinero de puerto a quien ella preguntaba esto: ¿Qué pensabas? Y no sabemos contestar. Tampoco sabemos qué pensar de todas estas cosas tan lindas que escribe. El lector queda como mínimo tan confundido como los amantes cuando son cazados, y ya no saben distinguir el mar del cielo, la geografía y su reflejo.

El final del relato, el occidente, la muerte, es también confuso. Primero no se distingue quién es este él que muere, luego pareciera que son ambos, o incluso el mismo. El dolor deja paso a la tristeza, que es evocada con la forma de una rosa roja (¿acaso la misma rosa de los vientos que otrora la orientaba?) que lo engulle todo y la empuja al suicidio. Años más tarde un empedernido escritor estadounidense, que jamás puso un pie fuera de Francia, escribiría L’écume des jours, novela que –quién sabe si por casualidad– ofrece concomitancias interesantes con este relato de Max Aub.

Al principio dije que esta obra tiene un carácter marcadamente experimental: si bien la impresión que se lleva el lector es la de confusión, también siente la certeza de la intencionalidad. Hemos seguido las reglas del juego al pie de la letra, hemos creado otra Geografía, a pesar de la contrariedad que supone que Padang y el mar de Joló estén al alcance de cualquiera.

 

Imágenes

Imagen de portada: Mapa florentino de mediados del siglo XV basado en la traducción latina de Giacomo d'Angelo del manuscrito del siglo XII de la Geografía de Ptolomeo del siglo II, descubierto por Planudes. Wikipedia Commons (Consultado el 6 de febrero de 2018). https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/23/PtolemyWorldMap.jpg

 

Texto escrito en el marco de un seminario universitario: Dra. Alexandra Ortiz Wallner: Max Aub: vanguardia, exilio/literatura, documento. Humboldt-Universität zu Berlin, semestre estival 2017.

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