Alberto Méndez: olvido y memoria

Comentario

Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo independiente de que haya o no reconciliación y perdón. En España no se ha cumplido con el duelo, que es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico y, sobre todo, de que es irreparable. Por el contrario, se festeja una vez y otra, en la relativa normalidad adquirida, la confusión entre el que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún, y en cierto modo para siempre, de vida y ausencia de vida. El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacío.

Carlos Piera: «Introducción» a Tomás Segovia en Tomás Segovia: En los ojos del día. Antología poética. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003.

El autor

La figura de Alberto Méndez es oscura. Su infancia parece haber transcurrido entre Roma y Madrid, aunque la consulta de fuentes más accesibles no permiten discernir cuál de las dos ciudades fue su lugar de nacimiento en 1941. En cualquier caso probablemente desde joven estuviera influido por su padre, que tradujo importantes obras del inglés y del italiano al español. La militancia política y la clandestinidad parecen haberlo acompañado desde muy pronto en su obcecación por contribuir a la caída de la dictadura, tan fracasada como enfermiza, según sus propias palabras. El hito que contribuyó notablemente a que saliera, al menos en parte, de ese anonimato fue la publicación de su única obra en el año 2004, el volumen llamado Los girasoles ciegos. El éxito rotundo llegó poco después de la muerte del autor, por lo que muchos aspectos, tanto de su vida como de su breve pero estelar obra, seguirán en el ámbito de la especulación.

La tercera derrota

El relato Tercera derrota o el idioma de los muertos puede ser leído como un microcosmos que representa la sociedad española en su conjunto e, incluso, de manera atemporal. Resuenan en él los principales problemas que acucian al país desde su vuelta a la democracia: la exigencia por parte de unos de no abrir viejas heridas y el anhelo de otros del reconocimiento de su sufrimiento. La muerte ocupa un lugar central, que se acaba plasmando también en la evolución del estilo con el que Juan Senra se expresa. El coronel Eymar interrumpe las rutinas de la muerte, que por inercia se mantuvieron en los años de la posguerra para averiguar lo que sólo Senra puede ofrecerle. Juan Senra había conocido al hijo del coronel poco antes de que fuera ajusticiado en una cárcel republicana.

La dictadura toma de repente un cariz casi humano en las formas de Violeta, la esposa del coronel, que parece volcar en Juan Senra la afectividad maternal que había quedado truncada. Alberto Méndez hace aprovechar a Senra la oportunidad de alargar su estancia en la cárcel por unos días más con la construcción de un relato que es mentira, pero se adecúa a lo que el coronel y su tierna esposa anhelan oír. La muerte, sin embargo, sigue igual de inevitable que antes de dar inicio a sus falacias. A pesar de seguir intacto su instinto de supervivencia, la angustia que sus mentiras, cada vez más desproporcionadas, van acrecentando, acaban inclinando la balanza en favor de la verdad, en contra de los días prestados. Juan Senra salda su deuda: Miguel Eymar había sido un vulgar ladrón, ajusticiado por hurto y asesinato. Así, Senra echó por tierra en unos instantes una leyenda heroica, llena de gestos de magnanimidad, que reafirmaba la imagen que los padres se habían empedernido en creer. La verdad no les convino, pero Juan Senra ya había sido sentenciado a muerte hacía mucho tiempo.

El personaje protagonista es el único que, con su afirmación de la verdad, asume lo acontecido y pone la base para, según Carlos Piera, llegar de algún modo a la superación de lo sucedido. Esa asunción y superación son necesarios y el duelo forma parte inextricable de ese proceso. En el relato queda plasmado el rechazo al acto de Senra: su asunción de la verdad lo lleva indefectiblemente a la muerte. El lector sabe que esa muerte no será procesada por nadie más allá de la contabilización estadística, al igual que no lo fueron las muertes de sus compañeros de celda. El coronel y su esposa ignoran o quizá nieguen la verdad sobre su hijo. En el mejor de los casos, las últimas palabras de Juan Senra pasarán a ser un secreto de familia cuidadosamente custodiado. En cualquier caso, lo sucedido en la cárcel no rebasará sus muros.

A la muerte le sigue un silencio, que a su vez abre un vacío imposible de llenar. Alberto Méndez consigue con su obra recordar su existencia y denunciar que el olvido no puede ser olvido si es impuesto. Los muertos no pueden ser olvidados antes de que se haya asumido su ausencia.

 

Imágenes

Imagen de cabecera: Robert Capa (André Ernö Friedmann): Death of a Loyalist Militiaman (Muerte de un miliciano republicano), 1936 (1998). Fotografía (Gelatinobromuro de plata sobre papel). Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Consultado el 27 de marzo de 2018). http://www.museoreinasofia.es/sites/default/files/obras/AD00729.jpg

 

Texto escrito en el marco de un seminario universitario: Dra. Sela Bozal: La literatura en su contexto. Humboldt-Universität zu Berlin, semestre de invierno 2017/2018.

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